Curiosidades







¿Por qué escribí Libertalia?

Fui lectora de utopías desde joven. A los diecisiete años hubo un libro que me marcó para siempre: Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Luego vinieron otros: Summerhill, el magnífico experimento pedagógico de A. S. Neill; Walden 2, de Skinner; La isla, nuevamente de Huxley; Utopía de Tomás Moro, la utopía por excelencia, así como la antiutopía, 1984, de Orwell y, en esa misma línea, El señor de las moscas, de Golding, o Farenheit 451 y Crónicas marcianas, de Ray Bradbury.  Después, mucho más mayor, cuando compaginaba mis estudios  de Historia con el cuidado de mi hijo y con mi trabajo en Admisión y en Urgencias del Servet, tuve la suerte de matricularme en una asignatura, Filosofía de la Historia, y de toparme con un profesor, Ignacio Izuzquiza, que abordaba esta disciplina a través del fascinante estudio de la utopía como contrapunto ideológico del acontecer histórico…
Pero mi primer contacto con Libertalia fue mucho más anecdótico, o prosaico si se quiere. Un día, preparando un viaje imaginario (a los que soy muy aficionada: imaginar sale gratis) a la isla de Madagascar, encontré, resumida en las páginas de una guía Lonely Planet, la historia de esa república improbable fundada por piratas en la bahía de Diego Suares, en los años finales del siglo XVII. Aquello me encantó. Piratas. República de hombres libres. Igualitarismo. Anarquismo. Proscripción. Todo un TAZ (zona autónoma temporal), por seguir los postulados del sociólogo Hakim Bey. Aquello, según la guía, había durado algo más de veinte años para terminar siendo abatido por un ataque nativo. Sonaba muy excitante, sobre todo porque el experimento no había fracasado “desde dentro”, sino “desde fuera”. Valía la pena tirar del hilo… Pero el hilo no conducía a ninguna parte. Mejor dicho, solo a una. A la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas de Charles Johnson (¿o Daniel Defoe?),  publicada en Londres en dos volúmenes que salieron a la luz, respectivamente, en 1724 y 1728, única fuente escrita conocida sobre la República de Libertalia, sobre cuya historicidad, por esa misma cuestión, existían grandes dudas…

La isla de Madagascar según un mapa de la época. En su punta norte se supone que fue fundada la república de Libertalia

La idea de escribir sobre esa república utópica de piratas fue tomando fuerza durante algo más de un año. Pero me inspiraba demasiado respeto. Yo sabía poco de piratas. Por supuesto, había leído ―como casi todos― La isla del tesoro. Punto. No más. Releí la novela de Stevenson. Un amigo, Serafín Villén, a quien le comuniqué el proyecto en ciernes de escribir una novela sobre ese asunto de Libertalia, me proporcionó abundante bibliografía sobre el tema de la piratería y me prestó sine die (¡oh, maravilla!) el libro de marras, esto es, la Historia general editada en España por Valdemar, que yo devoré con fruición. Leí un artículo de Arturo Pérez-Reverte, “Sin rey ni amo”, que trataba de Libertalia. En Internet encontré numerosas referencias y descubrí bastantes páginas que llevaban el nombre de Libertalia, haciendo honor a lo fundamental de su esencia, incluso un libro escrito en checo y otro en francés, titulados ambos Libertalia (y una banda de música, un hotel, un café y bastantes asociaciones), pero nada, NADA, que se apartase un ápice del guion escrito por Charles Johnson (¿Daniel Defoe?) en la Historia general.
Y, finalmente, fue esa circunstancia (la total falta de fuentes documentales fuera de la Historia general), así como una frase que se me ocurrió como punto de partida (¿Le sorprende comprobar que sigo vivo?) y que me pareció muy acertada porque reflejaba fielmente la incertidumbre acerca de la identidad histórica de sus protagonistas, lo que me decidió a lanzarme al vacío y empezar a escribir una novela que llevase por título Libertalia. Y es esta, que ahora sale a la venta editada en la colección "Sueños de tinta", de Mira Editores. Lo fabuloso de escribirla consistió, ni más ni menos, en que yo tenía (casi) vía libre para reinventar la historia a mi gusto.
Desde el principio quise que Libertalia fuese una novela de viajes, aventuras y conocimiento. A mí me encantan las novelas de viajes, aventuras y conocimiento, tanto como las que tratan sobre sociedades utópicas (o antiutópicas) o como las novelas de ciencia ficción (que no dejan de ser novelas sobre sociedades utópicas). Enseguida pensé en Los viajes de Gulliver, en el Rasselas, o incluso en Cándido. No es que quiera comparar mi Libertalia con ellas. No. Nada más lejos de mi intención. Se trata de obras maestras. Pero sí que es cierto que busqué mis referencias en ellas.


Los escenarios geográficos de Libertalia

Como he dicho, Libertalia es una novela de viajes y aventuras. Su escenario es el mundo (el mundo conocido a finales del siglo XVII, claro) y si bien existen dudas acerca de la autenticidad de la historia y fundación de esta república sus escenarios geográficos, por el contrario, son reales y muy concretos y llevan al lector a recorrer las costas de Nueva Inglaterra, el mar Caribe, el golfo de Guinea, Madagascar, Arabia y la India. Una apasionante travesía por dos océanos y tres continentes que, a falta de brújula y sextante, exigía el auxilio de unos mapas. Y aquí están. Los mapas de Libertalia, incluidos en la edición del libro.
                         
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EL CARIBE

El mar Caribe, escenario donde transcurre buena parte de las correrías de juventud de Thomas Tew y se produce su primer encuentro con Misson y Caraccioli, justamente el mismo día que estos se hacen con el mando de la fragata Victoire.



LA INDIA
Agag Riddilimpore, el exótico personaje que visita a Thomas Tew dándose a conocer como hijo natural del capitán Misson, es oriundo de Badagara, en la costa de Malabar, al sur de la India, donde discurre la primera parte de la novela.



LOS VIAJES DE THOMAS TEW
Thomas Tew dedicó su mocedad al comercio del azúcar, el tabaco y las abejas entre Barbados, Virginia, Bermudas y Londres; más adelante, provisto de patente de corso, aceptó una misión para atacar la colonia francesa de la isla de Gorée, frente al actual Senegal… misión que nunca llegó a cumplir, pues prefirió aventurarse en los mares índicos iniciando así la que luego se denominaría “Ronda del pirata”.




LA RUTA DE MISSON Y CARACCIOLI
Ruta de la fragata Victoire y epopeya de la fundación de Libertalia, tal como se narra en el segundo volumen de la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas.

MADAGASCAR
Posible localización geográfica de Libertalia en la isla de Madagascar.




La vida a bordo


“Y en verdad que aquellos hombres rudos necesitaban sueños e ideales para poder soportar la dureza de la vida marinera. La mayoría de ellos había sido reclutada en levas forzosas y apartada de sus familias por sueldos míseros que casi nunca llegaban a cobrar. Las raciones de comida eran escasas y pocas veces se podía contar con alimentos frescos, pues todo se corrompía enseguida a causa de la humedad o el calor. Las carnes y los pescados en salazón estragaban los estómagos cuando no lo hacía el agua, tan pútrida y emponzoñada que normalmente se sustituía por licor, por lo que la tripulación estaba casi siempre borracha. Y si no se salaba la carne había que comerla agusanada, así que la diarrea, la disentería y el escorbuto hacían rápida aparición. Los marineros dormían en sus hamacas hacinados en espacios muy pequeños, sin ninguna noción de higiene, entre olores fétidos y otros miasmas, y era muy corriente que contrajeran todo tipo de enfermedades infecciosas. En cubierta, trabajaban a menudo bajo un sol insoportable que abrasaba las pieles y las seseras o bien ateridos de frío y calados hasta los huesos cuando la mar estaba arbolada. Y no solo era eso. El riesgo de sufrir accidentes trágicos y terribles mutilaciones era constante. Uno podía caer desde el penol de una verga y quedar tullido para siempre o perder un miembro ―o la vida— aplastado por algún barril, aparejo u otro elemento de carga, o resultar herido por un estallido de metralla o por el retroceso de algún pesado cañón. En caso de escaramuza naval con un barco enemigo, las balas de plomo y la pólvora que llovían por doquier podían arrancar de cuajo cabezas, brazos y piernas, y los tajos de los espetones segar orejas, narices y dedos. La sangre, empapada en arena, corría libre por la cubierta, tornándola resbaladiza y mortífera…”.

Las dos ilustraciones sobre la vida de a bordo son obra de Howard Pyle




Los vientos alisios y la navegación a vela





Una de mis principales dificultades al escribir Libertalia fue mi absoluto desconocimiento sobre los pormenores de la navegación a vela. Dediqué bastante tiempo a ponerme al día para poder manejar con un mínimo de soltura la compleja terminología náutica y, una vez aprendidos sus fundamentos básicos, decidí no fastidiar demasiado a mis futuros lectores abusando de tecnicismos que probablemente ellos también desconocerían. Por eso en Libertalia hay poco vocabulario estrictamente marinero. Pero había una cuestión insoslayable que, además, me resultó curiosa y apasionante. Me refiero al tema de los vientos. En los tiempos de la navegación a vela las rutas marítimas no eran trazadas por la voluntad de los hombres, sino por la del soplar de los vientos. Fueron los vientos alisios, los vientos de los trópicos que en el hemisferio norte soplan siempre del noreste (del sureste en el hemisferio sur), los que condujeron a Cristóbal Colón derechito hasta el Caribe, permitiéndole descubrir América tocando tierra en las costas de Guanahani, en el archipiélago de las Bahamas, y los que, algún tiempo después, facilitaron a los galeones españoles la travesía del Pacífico rumbo a Manila. Y fueron esos mismos vientos los que impidieron el viaje de vuelta desde Manila hasta que Andrés de Urdaneta descubrió, en 1565, el “tornaviaje”, que consistía en navegar hacia el norte para atrapar la corriente del Kuro-Siwo y evitar el empuje en sentido contrario de los alisios. Y otro hecho curioso, también responsabilidad de los vientos: la ciudad de Nueva York tuvo que esperar a que se impusiera la navegación a vapor para convertirse en el puerto más populoso del norte de América y acceso natural (por ser esta la ruta más corta) de los barcos procedentes de Europa. Hasta ese momento, los alisios impulsaron las velas, inexorables, hacia el mar Caribe y las costas del golfo de México.




Los nayar de Kerala y su curioso sistema de parentesco



“Los nayar son una casta especial, excepcional en muchos aspectos, diría yo, ahora que conozco bien las costumbres y la cultura de numerosos pueblos del globo. En la jerarquía de castas del sur de la India, lugar donde residimos, nos situamos inmediatamente por debajo de los brahmanes y de las castas reales, ejerciendo el papel de ayudantes militares, consejeros, generales de los ejércitos, proveedores, estrategas… todo lo relacionado con las cuestiones de guerra. Pero nuestra peculiaridad no reside en nuestro rango ni en la naturaleza de nuestro cometido, sino en nuestras tradiciones familiares, distintas, por lo que yo sé, de cualesquiera otras que haya conocido hasta este momento. Ilustraré mi afirmación con el ejemplo de la hermosa Rannapamshura, mi madre, similar al de muchas otras muchachas nayar. Rannapamshura fue casada ritualmente al llegar a la pubertad. Ella y su esposo ritual ―su iniciador en los juegos del amor― permanecieron juntos durante algunos días. Después, se separaron y Rannapamshura volvió a la casa de su madre convertida en adulta, es decir, en una mujer libre para tener amantes y procrear. A partir de ese momento, Rannapamshura fue visitada por muchos hombres distintos. Tal vez uno cada noche. Si alguno era especialmente de su agrado, solía repetir su visita y se convertía en esposo ocasional. Él llegaba a su casa al caer la noche, depositaba sus armas a la puerta de la habitación de ella para advertir a los otros amantes de su presencia, y partía al amanecer. Era frecuente que el hombre recompensase el amor de la joven con pequeños obsequios, alguna joya, dinero, vestidos, perfumes, afeites… las más de las veces hojas de betel y nueces de areca para masticar. Si ella quedaba embarazada era importante que uno o más hombres de la casta adecuada reconociese la paternidad y sufragase los gastos del parto, pagando en ropa o alimentos a la matrona encargada de atender a la muchacha. Y eso era todo. Las relaciones amorosas de Rannapamshura eran variadas y efímeras. Ella o él podían terminar su idilio en cualquier momento y sin formalidades. Había invitados de paso que ofrecían pequeños regalos en cada encuentro y otros visitantes más regulares, normalmente hombres del vecindario, de los que se esperaba el obsequio de un vestido al inicio del romance y de un presente de carácter personal en ocasión de las tres principales fiestas del año: casi siempre atavíos, artículos de belleza y menudencias para el tocador; el no realizar estos obsequios por parte del amante era un signo tácito de que él había puesto fin a la relación. Pero, aunque la joven recibiese regalos con regularidad de sus amantes y de algún esposo ocasionalmente asiduo, eso no significaba en absoluto que ellos la mantuviesen económicamente. De ese cometido se encargaba su familia, es decir, su grupo matrilineal, los miembros de su linaje o tharavad con los que vivía en una gran casa: sus hermanos y hermanas, sus propios hijos y los hijos de sus hermanas, su madre y sus tías y tíos maternos. Los amantes, los esposos visitantes, solo permanecían en la casa durante la noche. No tenían obligación o responsabilidad alguna. La paternidad biológica exacta de los hijos era siempre una cuestión dudosa. Solía recaer en el hombre u hombres que hubiesen costeado los gastos del parto, pero ello no dejaba de ser sino una mera presunción sostenida por el calendario de la gestación y el nacimiento. Incluso cuando se reconocía la existencia de una razonable certeza, el genitor no tenía derechos ni obligaciones económicas, sociales, legales o rituales respecto a sus hijos después de que hubiese pagado en su momento la cuota de la partera. La tutela, instrucción, educación y disciplina de los hijos dependían totalmente de los parientes masculinos de la muchacha, esto es, sus hermanos y tíos maternos ―especialmente del varón de más edad, el karnavar― quienes eran a su vez amantes o esposos ocasionales, es decir, visitantes nocturnos de otras casas…”.